miércoles, 16 de julio de 2014

Feliz verano

    

     Por causas debidas estrictamente a la pereza y el descanso vacacionales, este blog cerrará hasta mediados de agosto.

     Os deseo a todos un feliz y poético verano con estos versos de José Corredor-Matheos:

Tendido aquí en la arena,
mientras veo volar
las gaviotas,
me pregunto: ¿y el mar, 
sabrá volar el mar? 

   Y esta Villanelle, de Les nuits d'été de Hector Berlioz, cantada por Véronique Gens: 



44 poemas para leer con niños



44 poemas para leer con niños (selección de Mar Benegas), Albuxeich, Litera, 2013.

Hay muchas cosas que hacen que este libro no sea una antología más de poemas para niños, una de esas selecciones que combina poemas escritos para niños con otros que no fueron pensados para ellos, cultos con populares, clásicos con modernos, para componer una muestra lírica considerada adecuada para el público infantil. Es en este tipo de selecciones donde quizás la literatura infantil mejor revela su condición de literatura adoptada y de estatuto difuso, es decir, de corpus formado no solo por obras escritas directamente para niños, sino también aquellas que los adultos han juzgado adecuadas para ellos. El género es ya un clásico en la poesía infantil, y por eso resulta difícil destacar dentro de él. Sin embargo, esta antología resulta original entre otros similares por diversas razones, que vamos a repasar a lo largo de esta reseña, pues nos parece que no hay mejor manera de destacar aquello que este libro aporta a un género ya establecido y en el que, más allá de la selección de poemas, resulta algo difícil innovar. 
Lo primero que distingue a este libro de otras antologías similares es el título, que reza para leer con niños y no, como suele ser habitual, para niños. Esta diferencia es toda una declaración de intenciones que. Por un lado, pone en primer plano esa tensión del doble destinatario propia de la Literatura Infantil, ya que muchas veces los niños no llegan a los textos a por sí mismos sino a través de la mediación de un adulto que les lee o que les recomienda, o, en el peor de los casos, obliga. Y, por otro, establece ya un protocolo de lectura en común entre niños y adultos, un disfrute y descubrimiento compartido del que sin duda es la poesía la que sale beneficiada, y al que se hace referencia en la hermosa y adecuada introducción. Parece, pues, dar por sentado que la poesía es un género apto para niños siempre y cuando se haga un esfuerzo por acercarla a ellos, siempre y cuando no sea la cenicienta de los manuales escolares y de las bibliotecas escolares y familiares, siempre y cuando el adulto ya tenga ese gusto por la poesía y lo comparta con los más pequeños. Si no es así, será muy difícil que el niño adquiera el gusto por ella, y sin duda la poesía morderá, pues ya sabemos que aquellas personas a los que un perro ha mordido de niños no se acercan este animal tranquilos nunca más. La poesía, por el contrario, debe lamerte, acariciarte, pero, para ello, algunas veces hace falta un adulto que sirva de guía. En este libro ese adulto está presente en el decálogo inicial, titulado “Cómo no leer un poema”, que insiste en esta idea de acercar la poesía a los niños, no de imponerla, y luego en las notas a pie de página que acompañan a los poemas y que están en color azul para que se distingan de estos. Se trata de una voz adulta que podemos identificar con la propia antóloga y que no estorba ni pontifica, sino que ayuda al niño y al posible adulto que lo lee con él a sacar partido del texto. Así, el contenido didáctico (inherente a este tipo de antologías desde el momento en que un adulto decide lo que es bueno para los niños) se distribuye y dispersa acertadamente a lo largo de todo el poemario, se coloca a pie de poema, y no, como en muchas otras antologías para niños, al final, al modo de guía de lectura. De esta manera se va creando un diálogo continuo y enriquecedor entre el adulto responsable de la selección y los lectores, pero sin imposiciones.
De la presencia de esta voz dentro de los propios poemas, compartiendo página con ellos, se deriva otro de los rasgos más significativos del libro, que es su carácter interactivo. Hoy en día, cuando parece existir un debate abierto sobre la interactividad y los nuevos soportes de lectura, se olvida con frecuencia que un nuevo soporte puede no implicar una forma de leer interactiva, mientras que un soporte tradicional como el libro sí puede dar entrada a la interactividad. Aquí está presente la interacción, porque son muchos los poemas que invitan al lector a leerlo de una determinada manera, o a continuarlo, dejando espacios en blanco donde se puede seguir aplicando las mismas estructuras del poema, como vemos, por ejemplo, en Duerme niño en la cresta del gallo, donde se aprovecha el carácter reiterativo y combinatorio del poema.
Esta interactividad surge con bastante frecuencia de la propia selección de poemas que compone la antología, que podemos considerar variada y que aúna dos fuentes principales: la poesía escrita expresamente para niños y la que no fue pensada para ellos. Dentro de esta última, no renuncia Benegas a incluir composiciones tradicionales, clásicos como La canción del pirata, de Espronceda, Sé que todos los cuentos, de León Felipe, o poemas de autores también canonizados como Lorca, José Hierro o Gabriela Mistral, los tres bastante presentes en las antologías de poesía hispana para niños. Pero, al lado de estos, destacan elecciones cuando menos arriesgadas y valientes, como las composiciones de Alejandra Pizarnik, Ada Salas, Idea Vilariño, César Vallejo, Juan Bonilla, Oliverio Girondo, Juan Carlos Mestre o Carlos Edmundo de Ory, que no suelen aparecer en las selecciones infantiles. En cuanto al otro gran filón de esta antología, la poesía escrita expresamente para niños, podemos decir que Benegas hace algo muy similar: al lado de clásicos ya indiscutibles y canonizados dentro de la poesía infantil hispana, como María Elena Walsh o Miguel Desclot, da entrada a una buena selección de muchos de los mejores poetas para niños en español de los últimos años, como María José Ferrda, Beatriz Giménez de Ory, Darabuc, Raúl Vacas Antonio Orlando Rodríguez o Sergio Andricaín.  
Por último, un rasgo también llamativo de esta antología es la ausencia total de ilustraciones, las cuales, sin embargo, no se echan en absoluto de menos porque quedan compensadas por un continuo y cuidadoso juego de elementos gráficos. Ya la cubierta nos da, como debe ser, pistas acerca del proyecto gráfico que vamos a tener entre manos, con esos iconos que dan un indudable aire actual al libro y que establecen la tricromía que dominará la selección (negro, azul y blanco). Las guardas, que en los libros infantiles son tan importantes, aquí se usan para transmitir mensajes que están en consonancia con la idea general del libro. En las de apertura, se repite en diagonal la frase “LA POESÍA NO MUERDE”, en azul; en las de cierre, “MANTÉNGASE AL ALCANCE DE LOS NIÑOS”. Ya dentro del libro, hay innumerables juegos tipográficos que son coherentes con el poema en que se insertan (palabras en letras más grandes o más pequeñas; letras con rellenos; poemas al revés; poemas reflejados; letras que se elevan en la página; páginas en negro etc.), nunca de manera gratuita, siempre añadiendo significado. 
Por todo esto, como ya decíamos al principio, esta no es una antología más, y por eso mismo deseamos que no se quede, en efecto, en una antología más entre otras muchas, es decir, que tenga la mayor difusión posible. El esfuerzo de la antóloga y del editor, al arriesgarse con un producto tan peculiar y saber sacar partido de las limitaciones para crear un producto literaria y visualmente tan atractivo, lo merece. 


 

viernes, 11 de julio de 2014

El clásico de la semana es...





Doce poemas de Federico García Lorca, un libro que clásico en cuanto al texto, porque en él aparecen varios de los poemas del escritor granadino más leídos por los niños, pero novedoso en cuanto a la ilustración, ya que se trata de una edición publicada el mes pasado con unas magníficas ilustraciones de Gabriel Pacheco. Estas demuestran, una vez más, que las imágenes que acompañan un texto no lo limitan o cierran, sino que ofrecen una interpretación del mismo con la que el lector puede dialogar libremente, un punto de partida sobre el que construir la propia interpretación en acuerdo o en desacuerdo. En este caso, Gabriel Pacheco, que explica al final del libro sus problemas a la hora de enfrentarse al difícil encargo de ilustrar a Lorca, ha optado por un tono poético con muchos toque surrealistas que no solo entabla un diálogo con los poemas elegidos, sino también con todo el universo lorquiano, pues no cuesta imaginar estas imágenes acompañando, por ejemplo, obras de teatro como El público o El maleficio de la mariposa.

martes, 8 de julio de 2014

Poesie della notte, del giorno, di ogni cosa intorno

Vecchini, Silvia y Marcolin, Marina, Poesie della notte, del giorno, di ogni cosa intorno, Milán, Topipittori, 2014.

Si hay quien aún hoy en día se resiste a aceptar que haya una poesía infantil (arguyendo, se supone, que infantil y poesía son términos de difícil conciliación) tal vez lo haga porque en nuestra época nos hemos acostumbrado a identificar poesía con lírica (es decir, a asumir que la poesía por excelencia es la poesía lírica), y la escrita para niños suele ser más lúdica que lírica, generalmente, y hasta más épica incluso, pues es normal que incluya muchos elementos propios de la narración.
Sin embargo, algo parece estar cambiando un poco en los últimos tiempos, gracias a libros como El idioma secreto o Abecedario del cuerpo imaginario, ambos reseñados aquí en dos entradas anteriores, dos poemarios que eluden conscientemente la herencia de lo popular y optan por una poesía más lírica y evocativa, menos cerrada en su estructura y conceptos, con un ritmo más sutil; una poesía, en fin, menos lúdica, menos épica, y más lírica. Estos vientos de cambio también parecen soplar fuera del ámbito hispánico, a juzgar por un libro como este, Poesie della notte, del giorno, di ogni cosa intorno, que apuesta por el lirismo sin complejos. Pero lo más llamativo es que dicho lirismo no se desprende solo del texto, sino también de las ilustraciones, de tal manera que el poemario es en realidad una obra a dos voces en la que las imágenes y las palabras se complementan y se retroalimentan como pocas veces se ha visto en un conjunto de poemas. Tal vez por eso tenga sentido que las dos autoras del libro figuren juntas en la portada sin que se especifique a quién se deben las ilustraciones y a quién el texto, y haya que ir un poco más allá para saberlo, si bien es cierto que siempre suele figurar antes el escritor que el ilustrador, como es el caso aquí.
Cuesta imaginar este libro con unas ilustraciones hechas con otra técnica y con otro estilo, y eso es quizás uno de los mejores elogios que se le pueden hacer. Lo primero que hay que destacar de las ilustraciones es sin duda la técnica. El medio es el mensaje, ya se sabe, y en este caso el mensaje es también la técnica, porque a través de sus cualidades se comunica ya. No es lo mismo, pues, usar el collage que la acuarela, el óleo que la fotografía, el dibujo a pluma que la creación por ordenador. La acuarela tiene una cualidad acuosa, elusiva, difuminada, de ligereza, que, si no se domina bien, puede derivar en una inconsistencia absoluta, en una falta total de sustancia y de garra. Pero, si se  domina correctamente, puede dar a las ilustraciones el tono adecuado al convertir esas mismas cualidades en virtudes y no en defectos, como ocurre en este libro, donde sobre una gama de colores limitada y unos fondos claros, de colores difuminados y nada saturados, surgen figuras a veces apenas insinuadas, que en algunos casos se convierten en manchas, con apenas dependencia del dibujo previo, pero sin que nada de ello no reste un ápice de fuerza a las imágenes.  
También se sabe que, sobre todo en literatura infantil, el formato es el mensaje. Aquí el formato dice mucho, porque aúna características del álbum ilustrado con las del libro de formato convencional. Del primero tiene, por ejemplo, las tapas duras y la manera en que el texto se integra en la atmósfera que crean las ilustraciones, las cuales ocupan toda la página y, a veces, hasta dos, creando así una sensación de continuidad entre poemas. Sin embargo, a pesar de esos recursos propios del álbum, el tamaño es pequeño, como el de un libro convencional o de un poemario de adultos, sin duda porque el destinatario de estos versos no son los primeros lectores, pero también porque este tamaño crea una sensación de intimidad que se perdería sin duda con un gran formato, cuya espectacularidad nada añadiría a la propuesta conjunta de texto e imagen.   
En este sentido, también la relación con el texto es diversa, y no siempre la misma, pues se alternan pasajes en los que la ilustración se limita prácticamente a replicar el texto, por lo que estaría más cerca del libro ilustrado, junto con otros en que la complementariedad entre los versos y la imagen está más cerca de lo que se da en el álbum. Ocurre esto último, por ejemplo, en un poema deliciosamente elíptico que describe cómo la voz poética, junto con alguien más, levanta en la habitación una tienda de campaña con una colcha, pero sin mencionar en ningún momento lo que están haciendo con la palabra exacta. La ilustración, entonces, rellena ese hueco, con la imagen de una colcha alzada por un hilo. En el poema siguiente, sin embargo, la ilustración une en sí misma la realidad y la imaginación que describe el poema. En este, la voz poética habla de su juego favorito, consistente en imaginar, antes de dormirse, que es una piedra que se cubre de musgo en medio del bosque, y saberse en medio de la oscuridad, dentro de la panza del lobo sabiendo que ninguno se la comerá. La ilustración, que ocupa las dos páginas, nos muestra a una niña acurrucada cubierta de musgo. Tampoco es infrecuente que la ilustradora elija una de las metáforas del poema, como es el caso de “La scarpa in cui non entra più il piede / è (…) nido abbandonato senza ouvo” (“El zapato en el que no cabe ya el pie / es (…) un nido abandonado sin huevo”), que va acompañada de una ilustración de un nido vacío en el que quedan solo dos plumas solitarias, pero del que, a modo de referencia surrealista, cuelga un cordón de zapato. Y en algún caso se da el paso hacia lo sobrenatural y lo mágico, como, por ejemplo, en la imagen que sirve de cubierta y que acompaña a un poema sobre la lectura y el libro, en el que la voz poética se describe tumbada sobre un prado, con un libro sobre la cara, y sintiendo como el sol hace que todas las palabras se introduzcan en su interior. 
Las ilustraciones están, por lo tanto, siempre al servicio de un conjunto de poemas cuyo tema está enraizado en el imaginario infantil, ya que refleja varias experiencias de una voz poética indeterminada pero que, por algunos rasgos concretos, se podría identificar con un niño. Esta voz, empero, no se limita a contar sus experiencias, sino que intenta siempre sacar el trasunto metafórico de la cotidianidad, de manera que, sobre experiencias más bien banales y generales que todo el mundo conoce y que no tienen nada de especial, logra arrojar una mirada peculiar y personal, mediante varios recursos. En algunos poemas, son las metáforas las que consigamos que veamos la realidad más prosaica de forma trasmutada, de tal manera que taza de leche es un mar en miniatura en el que se hunde el barco de la galleta, el inicio de septiembre se ve como azúcar en el fondo de un vaso, el último tesoro del verano, o el cielo de marzo un polo bajo el cual se abren, como paraguas entre el prado, los almendros. No falta, desde luego, como suele ser habitual en los poemarios infantiles, la personificación, como tampoco está ausente la comparación, con la que se consigue el mismo efecto de relacionar dos realidades alejadas que se da en la metáfora. Destaca, a este respecto, una incursión en la metapoesía: “Quando scrivo una poesía / mi godo tutto come un ramarro / sopra al sasso (…) / e sto all’erta – gatto nel buio / dietro al topo (…)” (“Cuando escribo una poesía / disfruto como un lagarto / sobre una piedra (…) / y estoy alerta / como un gato en la oscuridad / frente a un ratón”).
No rehúye tampoco este poemario una afectividad más desligada de las cosas y más unida a los lazos personales, incluso dando entrada a los sentimientos más oscuros, como la rabia, los celos o el enfado. En este sentido, también destaca el hecho de que la voz poética suela dirigirse con cierta frecuencia a un interlocutor indeterminado, cambiante, que refleja las preferencias por una persona con la que se comparten experiencias. De ahí surgen momentos de plenitud, como cuando se dice “Con te il tempo è pane / io lo mordo, lo bevo come latte” (“Contigo el tiempo es pan / lo muerdo, lo bebo como la leche”), pero también de conflicto, en las que la voz poética, sintiéndose ignorada por el otro, que finge no verla o lleva a otra persona en su bici, se siente transparente, o incluso de fastidio, en las relaciones con los hermanos pequeños.  
No ocurre siempre que las ilustraciones se alíen con los poemas para componer el tono general que se desprende de todo el libro, y que la homogeneidad dentro de la variedad que es deseable en todo poemario venga dada como en este caso también por las imágenes, y no solo por el texto.  En estas Poesie della notte, del giorno, di ogni cosa intorno se consigue todo ello, y eso hace de este libro (elegido, por cierto, por Anna Castagnoli en su excelente blog como uno de los mejores de la feria de Bolonia de este año) un acontecimiento literario. Al final, y hechos ya todos los análisis, no queda más que decir de él que es un libro de una belleza arrebatadora, un hermoso objeto para ser visto y leído, una obra de arte de primera fila.

miércoles, 2 de julio de 2014

El clásico de la semana es...



Elio Pecora (Sant’Arsenio, Salerno, 1936), uno de los poetas italianos de la segunda mitad del siglo XX más importantes, amigo de otros escritores famosos como Alberto Moravia, Elsa Morante o Sandro Penna, y, sin embargo, un perfecto desconocido en España. Para niños publicó en 2007  L’albergo delle fiabe, ilustrado por Luci Gutiérrez, que se puede leer aquí, y al cual pertenece este poema, que no traduzco por respeto al original y a los traductores profesiones, pero que, en líneas generales, creo que se entiende muy bien.

La lettura

Basta un libro per andare
su nel cielo, giù nel mare.
Con vagoni di parole
tutte in fila, quelle sole,
tu cammini l'universo
per diritto e per traverso.
Mentre leggi ti ritrovi
in paesi antichi e nuovi,
vedi popoli remoti,
papi e principi arcinoti,
dormi in pancia ai pescecani,
sfuggi a cobra e a caimani,
sei Lucignolo, Pinocchio,
la Fatina sopra il cocchio,
balzi sul cavallo alato,
sfuggi al drago scatenato,
chiami Alice nello specchio,
muti in oro il ferro vecchio,
vai in montagna coi briganti,
piangi, gridi, strilli, canti,
sei un mercante, un gran sultano,
un pilota, uno sciamano,
un'attrice sulla scena,
una gatta, una sirena.
Quante storie, quante usanze, che destini, che speranze!
Terminata una lettura,
altro libro, altra avventura.

Pecora, Elio, L'albergo delle fiabe, Roma, Orecchio Acerbo, 2007 (ilustraciones de Luci Gutiérrez).