miércoles, 30 de abril de 2014

Poesía obligatoria



“As the evergreen appeal of Mother Goose evidences, small children love cadence and rhyme. However, their taste for poetry seems to decrease as an inverse function of their age. By the time they have finished elementary school, most kids are not longer engaged by verse (…). Once again, this diminishing interest is pretty clearly a function of adolescents’ association of poetry with the classroom and the dreaded phrase ‘required reading”

Michael Cart, Young Adult Literature. From Romance to Realism, Chicago, ALA, 2010 (p. 84). 

Hay cosas que son iguales aquí y allá. 

domingo, 27 de abril de 2014

Caperucita Roja


Mistral, Gabriela, Caperucita Roja, Santiago de Chile, Amanuta, 2012 (ilustraciones de Paloma Valdivia).


Hace un par de años, la editorial chilena Amanuta recuperó las versiones en verso de cuentos tradicionales escritas en la década de 1920 del siglo pasado por Gabriela Mistral (Caperurita Roja, La Bella Durmiente, Blanca Nieve en la casa de los enanos y La Cenicienta) y las publicó con nuevas ilustraciones y en forma de álbumes. Esta iniciativa, que ha recibido, entre otros galardones, una Mención de Honor en la última Feria de Bolonia, merece sin duda un aplauso, no solo porque nos permite leer en formato actualizado estos textos tal vez no demasiado conocidos ni difundidos de la escritora chilena, sino también porque su lectura reviste interés por varias razones.       
En el caso de esta Caperucita Roja, la recuperación está más que justificada por su propia originalidad dentro del canon infantil, ya que se trata una versión en versos alejandrinos (un verso en principio profundamente anti-infantil, en el que se nota la huella del modernismo) que no parte de la más difundida y amable de los hermanos Grimm, sino de la de Perrault, en la que la niña es devorada y no hay un deus ex machina en forma de leñador que arregle lo que en la vida real sería irreparable. Además, también destaca por la riqueza y originalidad de la propia lengua, con epítetos de resonancias épicas y acertadas comparaciones (“Caperucita Roja, la de los rizos rubios / tiene el corazoncito tierno como un panal”), de los que da cumplida cuenta Manuel Peña Muñoz en el breve pero jugoso comentario crítico que aparece al final del volumen, otro acierto de la publicación. Por ello, no vamos a detenernos mucho en los aspectos literarios y textuales, y sí en la manera en que este texto de Mistral es presentado ahora al lector, con un formato específico y unas ilustraciones de orientación estética particular.
A primera vista, esta Caperucita Roja parece un ejemplo de álbum-poemario, o, en este caso, álbum-poema. El formato es el propio de un álbum ilustrado, y hay muchos rasgos que hacen pensar que pertenece a dicho género, como el tamaño o la secuenciación, que aquí tiene como ayuda el propio poema original, ya dividido en series de cuatro versos (¿reminiscencia de la cuaderna vía?). Cada una de estas agrupaciones de cuatro versos se organizan de una manera muy habitual en los álbumes, con el texto en la página par y la ilustración en la impar, si bien debajo del texto siempre hay una imagen más pequeña de un animal que concuerda por el color con la principal y completa el conjunto. También las guardas dan pistas sobre el contenido, porque en las dos vemos la misma ilustración (un pájaro con una mancha roja en el pecho posado sobre una casa), si bien en la de cierre hay a sus pies un pequeño panteón que remite al desenlace del relato. Por último, la cubierta y la contracubierta suponen también un adelanto sintético del libro. El conflicto principal, el enfrentamiento entre el lobo y la niña, se plasma en la cubierta con las dos figuras enfrentadas de perfil, en una composición que primará a lo largo del álbum. Y la contracubierta, donde vemos a Caperucita sin cara, ni manos ni piernas, reducida a su ropa y calzado pero aún de pie, como un fantasma, redunda en el final.
Sin embargo, el libro no acaba de ser un álbum propiamente dicho debido a que el texto funciona (y, de hecho, ha funcionado anteriormente) de manera independiente, sin las ilustraciones, y estas solo amplifican el contenido del texto. Es decir, no ocurre como en los álbumes canónicos, en los que al texto le hace falta la ilustración para cobrar sentido, y el significado del álbum se construye entre los dos. Aquí la ilustración añade, redondea, pero no resulta imprescindible, más que nada porque este libro no nació como álbum y su conversión en obra ilustrada es posterior, con lo que ello conlleva. Pero es indudable que aporta algo, ya que ningún texto ilustrado queda inmune a la influencia de la ilustración, sobre todo si esta se caracteriza por rasgos tan definitorios y personales como las que Paloma Valdivia ha realizado para esta edición.
Por encima de todo destaca una ausencia total de realismo en la representación de las figuras, que queda de manifiesto por una acusada estilización de las formas con las que se destacan los aspectos más importantes de los dos personajes. Así, Caperucita siempre es representada de perfil, para que se vea bien su rasgo más definitorio, que es la propia caperuza roja que lleva, y también el lobo, pero ambos con el ojo de frente, un recurso típico del arte primitivista, eficaz porque muestra lo más significativo de cada cual. Sin embargo, el lobo no tiene un solo ojo como la niña, sino dos, quizás para hacer hincapié en su astucia y en el hecho de que es él quien domina la situación. Ambas figuras, además, muestran una evidente desproporción. En la niña la cabeza es mucho más grande que el cuerpo, por ejemplo, y en el lobo también, aunque aquí llama más la atención el alargamiento y estrechamiento del cuerpo, que no parece ser casual, porque con él se parece mucho a una serpiente. Con sinuosidad aparece el lobo en la mayoría de las ilustraciones. Ya lo hace en la cubierta, donde vemos a caperucita de perfil, a la izquierda, enfrentada al lobo, también de perfil, a la derecha, cuyo cuerpo aparece enrollado en un árbol. En otro pasaje (“El Lobo fabuloso de blanqueados dientes…”) vemos tan solo el lomo y la cola del lobo, curvados entre los árboles, porque su cabeza está ya dentro de la casa de la abuela. Y, al final, el lobo se enrosca alrededor de la ropa de Caperucita, que es lo único que queda de ella, lamiéndose la boca y con evidente cara de tranquilidad y paz. Claramente esta opción de asimilar al lobo con una serpiente aprovecha las connotaciones simbólicas de malignidad y alevosía de este animal, fuertemente arraigadas en nuestro imaginario cristiano, hasta el punto de que la imagen de la cubierta, que reproduce la de la segunda secuencia, tiene reminiscencias de la historia bíblica de la historia de Eva y la serpiente. No en vano al lobo se le llama “la bestia”, y se dice que tiene “de ojos diabólicos”. Esta opción parece además partir de las resonancias épicas del texto, con los epítetos de los que ya hemos hablado, para articular gran parte de las ilustraciones como una lucha entre el bien y el mal.
La estilización también afecta al uso del color, que es saturado y generalmente plano, al uso de la perspectiva y a los fondos simplificados, que no despistan la atención de las figuras principales. Además, la ilustración juega muy bien con la elipsis, y también con los planos. Por ejemplo, cuando vemos al lobo (o sus cuartos traseros) en la casa y a Caperucita en la ventana; cuando, en el momento de ser devorada, hay un evidente primer plano, con lo que se ve la boca del lobo abriéndose y abarcando a la niña, o cuando Caperucita pregunta por el tamaño de las orejas, y se la representa encima de la cabeza del lobo, magnificada esta, disminuida la niña. Tras la última secuencia del texto, una doble página representa los troncos de los árboles del bosque y un pájaro, que ya ha aparecido en las guardas y en la portada, volando indiferente ante ellos. Una manera elíptica también de mostrar la indiferencia del bosque y de los animales, de la naturaleza, en suma, ante el terrible acontecimiento que ha sucedido en su seno.
Es Caperucita Roja es, por tanto, un ejemplo claro de cómo la buena ilustración no es un elemento meramente decorativo y puede cambiar el libro como productor resultante. O, dicho de otra manera, de que la ilustración suma y no resta, y que siempre añade algo como mensaje visual complementario de un  texto escrito. Asimismo, estas ilustraciones de Paloma Valdivia muestran que a veces no es necesario adaptarse a la estética del texto ni a los rasgos artísticos del momento en que fue creado para que el conjunto formado por las palabras y las imágenes funcione perfectamente. Por usar – de nuevo – un símil musical, esta Caperucita sería como esos montajes de óperas escritas hace varios siglos a los que un director escénico con veleidades vanguardistas dota de una estética o una localización más moderna y pretendidamente rompedora para renovarlas y acercarlas al público contemporáneo. En esos casos, la partitura es la misma, pero el montaje no. A veces la opción fracasa, porque la actualización se antoja gratuita y caprichosa. Pero, cuando funciona y el camino elegido está justificado, siempre resulta iluminadora. Como en el caso de esta Caperucita Roja.




jueves, 24 de abril de 2014

El clásico de la semana es...


Sirenas, testamento poético de Ángel González, lleno de ingenios verbales y bellamente ilustrado por Valeria Docampo.


En un acantilado solitario,
una noche de junio,
a la difusa luz del plenilunio,
presencié un episodio extraordinario.
A mi vera,
dos sirenas de cuerpo adolescente
y larga cabellera
surgieron de las aguas de repente
y empezaron a hablar de esta manera:
—Ola, ola, ola, ola.
—¿Qué ola tienes tú?
—Tres delfines y mero.
—Vas atrasada un barbo y siete ostras.
—¿Tienes alga que hacer?
—No tengo nalga pero traigo cola.
—Podríamos acercarnos
de aquel barco velero hasta la popa
y cantar a dos voces canciones
que a las tripulaciones vuelvan locas.
—Es divertido ver a los marinos
arrojándose al agua por la borda,
pero ahora estoy citada
con un tritón barbado que me ronda.
—Entonces, nada, nada, nada.
Volveré a verte dentro de una ola.
—Si no voy,
te dejaré un mensaje en una caracola.
—¿Y qué más?
—Solo sal.
—Y tú sal sola.
—Ola, ola y adiós.
—Adiós y ola, ola, ola.
Así se despidieron, y nadando
no sé hacia qué marítimos confines,
se fueron las sirenas alejando
escoltadas por ágiles delfines.
Yo me quedé pensando:
si les hubiese dado por cantar
habría tenido que tirarme al mar.



Gonzalez, Ángel, Sirenas, Madrid, veintisieteletritas, 2011 (ilustraciones: Valeria Docampo). 




miércoles, 23 de abril de 2014

Feliz día del libro a todo el mundo, con o sin rosa




La rosa,
la inmarcesible rosa que no canto,
la que es peso y fragancia,
la del negro jardín de la alta noche,
la de cualquier jardín y cualquier tarde,
la rosa que resurge de la tenue
ceniza por el arte de la alquimia,
la rosa de los persas y de Ariosto,
la que siempre está sola,
la que siempre es la rosa de las rosas,
la joven flor platónica,
la ardiente y ciega rosa que no canto,
la rosa inalcanzable.
 
Jorge Luis Borges
Fervor de Buenos Aires (1923).
 

domingo, 20 de abril de 2014

El clásico de la semana es...

En estos días de descanso el clásico de la semana es musical: una preciosa selección de nanas que se emitió en el programa de Radio Clásica El Rincón de los niños. Obras de grandes compositores interpretadas por grandes intérpretes para dormir a gusto en estos días de vacaciones.

¡Felices y musicales sueños!

Ponencia sobre "Mamá" en la UJI

Hace unas semanas, tuve la oportunidad de participar en el Congreso
Internacional "Arte, Educación y Género", organizado por el Instituto de
Estudios y de Género "Purificación Escribano" de la Universitat Jaume
I, con una ponencia sobre Mamá, un álbum-poema de Mariana Ruiz
Johnson reseñado aquí hace unos meses. La ponencia, que se publicará
próximamente en la revista Dossiers Feministes, se titula "El álbum ilustrado como agente de educación artístico-literaria y de género: el caso de Mamá, de Mariana Ruiz Johnson", y mi intervención, en la que hice un resumen de todo el texto, fue colgada en Youtube. Se puede ver en este enlace, a partir del minuto duodécimo aproximadamente.



jueves, 10 de abril de 2014

El clásico de la semana es...

Celebración de la palabra: Eduardo Lizalde y José Emilio Pacheco para niños, que fue publicado en México para celebrar los 80 y 70 años de ambos autores, respectivamente, e incluye una magnífica selección de poemas del segundo, recientemente fallecido.

En la playa 

Lo que la arena dice al mar tal vez sea: 
- No te serenes nunca. Tu belleza
es tu absoluto desconsuelo.
Si encontraras sosiego 
perderías tu condición de mar. 
Si te calmas 
dejará de fluir el tiempo.

Dragones

El que derrota al monstruo
y ocupa su lugar
se vuleve el monstruo. 

El espejo de los enigmas 

Cuando el mono te clava la mirada 
estremece pensar si no seremos 
su espejito irrisorio y sus bufones. 

Lección de estilo

Lección de estilo: los sapos
a orillas de su charca,
bien sentaditos,
frescos, felices,
con la piel húmedad por el calor del verano
parecen dar las gracias por su breve existencia.

Celebración de la palabra. Eduardo Lizalde y José Emilio Pacheco para niños, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2009.

 


martes, 8 de abril de 2014

Retahílas de cielo y tierra


Rodari, Gianni, Retahílas de cielo y tierra, Madrid, SM, 2013 (ilustraciones de Tomás Hijo). 


A Oscar, grazie per il tuo aiuto.
 
A estas alturas, es incuestionable la importancia del italiano Gianni Rodari (1920-1980) para la literatura infantil europea y la influencia de su difundidísima Gramática de la fantasía en la manera actual de entender la educación literaria y la didáctica de la lengua y la literatura. Prueba de su huella es que se siguen publicando y reeditando sus obras, incluso en España, donde la editorial SM ha creado recientemente una Serie Rodari dentro de su colección El Barco de Vapor. Después de los dos primeros volúmenes, Veinte historias más una y El planeta de los árboles de Navidad, ilustrados por Fran Collado, llegan estas Retahílas de cielo y tierra, traducción de las Filastrocche in cielo e terra publicadas en Italia 1960 con ilustraciones del no menos legendario artista y diseñador italiano Bruno Munari. Esta edición no conserva, empero, dichas ilustraciones, y va acompañada por otras creadas para la ocasión por Tomás Hijo. Este cambio, y el hecho de que se trate de poesía traducida, invita a llevar a cabo una reflexión sobre este libro nuevo, pues podría ser visto como una versión del original y no solo como una mera traslación a otra lengua: en primer lugar, porque la traducción de la poesía, sobre todo de la infantil, tan marcadamente rítmica, exige tomar decisiones constantemente y separarse del original y de la literalidad en aras de mantener el espíritu del texto, aun traicionando la palabra; y, en segundo lugar, porque cambiar las ilustraciones implica tomar cambiar el libro en su conjunto como artefacto paratextual, máxime si se tiene en cuenta que las de Tomás Hijo, excelentes en sí mismas, poco o nada tienen que ver con las originales de Bruno Murari.
         Pese a todas las dificultades que conlleva verter a otra lengua la poesía, hay que decir que en la traducción de Miguel Azaola se mantienen bastante frescos los juegos de palabras e ingenios del original, así como la característica y reconocible mirada que Rodari arroja sobre la realidad. Tal vez ayuda mucho el hecho de que se trate de dos lenguas parecidas, aunque ello no evita que el traductor se vea obligado a tomar decisiones para acercar el original a los lectores españoles. Por ejemplo, con el cambio de ciertas referencias geográficas, de manera que  “Sul diretto di Campobasso / ho visto un signore grasso grasso” se convierte en “En el rápido de Alicante / vi un hombre gordo como un elefante”, con una comparación añadida que amplía el texto original, que solo tenía una duplicación; o “Tre pescatori di Livorno / disputarono un anno e un giorno” pasa a ser “Tres pescadores de Almería / discutieron un año y un día”. En otras ocasiones, en cambio, las referencias geográficas se dejan tal cual (por ejemplo, en La luna de Kiev), y en un caso concreto al traductor no le hace falta españolizar los versos porque ya lo eran. Así, el poema Tre dottori di Salamanca se mantiene como Tres doctores de Salamanca, y otro verso del mismo (“Tres dottori di Saragozza”) pasa a ser “Tres doctores de Zaragoza”. En algunos momentos, eso sí, el traductor usa algunas amplificaciones que sirven para dar también un aire más hispánico y popular a los textos, acorde con el original y con el tema y el tono del poema, como en el comienzo de El mago de la Nochebuena (“Si yo fuera el mago de la Nochebuena / creo que armaría la marimorena”, réplica de “S’io fossi il mago di Natale / farei spuntare un albero de Natale”). Pero todas estas decisiones sirven para que la mirada y el verbo de Rodari (quizás especialmente afortunados en la primera parte, La familia Puntoycoma, donde la tipografía alcanza cotas metafóricas muy altas, y en Los colores de los oficios) se mantengan fresca en la traducción, que es literal cuando tiene que serlo, y libre cuando no queda más remedio, por bien del texto en su conjunto.  

Lo que hace de esta edición española una nueva versión del libro, y no una mera traslación a otra lengua, son sin duda las ilustraciones. Ya anteriormente, en Italia, estas Filastrocche se publicaron con ilustraciones que poco o nada tenían que ver con las de Munaria, pues eran más convencionalmente figurativas. Para la edición española se ha seguido esa misma línea al escoger las ilustraciones de Tomás Hijo, que encajan más con la línea editorial de la serie Rodari de la colección, en la que es difícil, en cambio, imaginar las de Munari. Porque ambas ilustraciones son tan distintas que casi parece que estamos ante dos libros diferentes, sin ninguna relación entre sí.  
Según dice Bruno Munari en El arte como oficio, “un buen libro para niños, de los tres a los nueve años, debiera narrar una historia muy elemental y mostrar figuras enteras, en colores, muy claras y precisas”. Quizás siguiendo esta idea ilustró Munari estos versos de Rodari, ya que estamos ante un libro de formas – más que de figuras – claras y precisas, pero que muchas veces no se convierten en figuras reconocibles, pues predomina sobre todo la línea y el color, más que la construcción de figuras. Así, en muchos casos estas ilustraciones producen la sensación de que las retahílas no están ilustradas –porque no hay una plasmación visual de los textos – sino decoradas. Además, es una ilustración que surge del blanco, de aspecto abocetado, similar a un garabato infantil, en las que hay una presencia constante del vacío sobre el que se traza la línea y con el que esta entabla un diálogo. Este aire inacabado invita al lector a amplificar el texto, no imponiendo una imagen sino facilitándole un trampolín desde el que imaginar.  
Las imágenes de Tomás Hijo, en cambio, son mucho más ilustrativas y figurativas. Aquí ya no estamos ante el imperio de la línea y del vacío que veíamos en las de Munari, sino más bien en el del relleno, pues las ilustraciones componen realmente figuras y llenan el vacío, hasta el punto de que, por ejemplo, la doble página que preside cada una de las secciones está completamente dominada por colores. En algunos momentos, como pasaba con las de Munari, el texto y la ilustración dialogan en la página, y aquel se introduce en esta, pero aquí la relación es más de superposición que de adición. Aparecen elementos planos superpuestos, y en muchos casos se usa el collage como técnica. En general, las ilustraciones están marcadas por una estilización geométrica de las formas y por un uso de colores casi saturados, incluso con textura simulada, lo cual les confiere una materialidad de la que carecían las de Munari.
 El libro resultante es, por lo tanto, muy distinto en ambos casos, y esto nos permite ver que tal vez la ilustración sea una cuestión de perspectiva, es decir, de punto de vista. En ella cuenta también desde dónde ve el texto. Puede que Munari lo viera como una pieza moderna de un renovador de la literatura infantil como era Rodari en aquel entonces, y que por eso creara estas ilustraciones tan volcadas hacia la abstracción y en las que tan bien se palpa la gestualidad. De ahí que parezcan propias de una época en la que se estaban definiendo códigos y lenguajes y en las que las opciones estaban mucho más abiertas, porque la ilustración infantil era un campo menos codificado. Tomás Hijo, por el contrario, ha hecho un trabajo más ilustrativo en el sentido más convencional (pero no peyorativo) del término, con imágenes que en general sí ilustran el texto y llenan las páginas. Y lo ha hecho tal vez porque se trataba de un clásico, en una colección que lo canoniza y que demanda por lo tanto un estilo más establecido. Además, al contrario que Munari, estamos en un momento en que, pese a la gran variedad de opciones estilísticas que existen dentro de la ilustración infantil, hay cierto código semiótico establecido y ciertas tendencias dominantes especialmente identificables en España, como, por ejemplo, el uso del collage, del ensamblaje y del poema visual, presentes en esta edición.
Así, pues, no cabe preguntarse si las ilustraciones de Munari son más modernas que las de Hijo, o viceversa, o si son mejores, o peores, pues esas preguntas parten de un punto de vista equivocado. No se trata tanto de preguntarse por el valor de las ilustraciones sino de calibrar su efecto sobre el texto y sobre el libro como conjunto de imagen y palabra. Y es ahí donde reside la diferencia. Porque mientras que las ilustraciones de Munari parecen mirar a un futuro que también convocan los poemas de Rodari al reflejar diversos aspectos de un imaginario moderno en 1960 (los oficios, la tipografía, el tren, el espacio, etc.), las de Hijo, en cambio, miran al pasado en la medida en que el universo reflejado por Rodari para nosotros plasma un mundo pretérito y de encanto tanto vintage. De ahí que cada uno haya ilustrado desde ese punto de vista. Y de ahí que el texto, como obra abierta que es, cambie con cada ilustrador como cada pieza musical varía con distinto intérprete. No en vano Umberto Eco, cuando propuso su concepto de obra abierta, lo hizo pensando en la música. En este caso, la partitura de Rodari es la misma, pero no suena igual tocada por las manos de Munari y de Hijo. Y, aun así, se trata de dos interpretaciones igual de válidas.      

lunes, 7 de abril de 2014

Haikudanzas (5)

Nespresso

Locomotora
con aroma y sabor:
pulsa un botón.


(Lucía Garía Gimeno, Judit López Adelbas y Alejandra Torres González)

Televisión 

Antes fue cebra,
mil historias te cuenta
siendo arcoíris.

(Sonia Ruiz Lambán, Paula Soria Doñate, Vanessa Tena Gil)

Carretera 
 
El río corre,
pececitos esperan
y barcos vuelan. 


(Pilar Martín Abril, Esther Galo Lozano, Beatriz Gómez Baselga)


Internet 

Un libro abierto
en el que todo está
a solo un clik.

(Marta Castiñeira Romero, Dunia Cózar Richard, Ana Cuartero Tabuenca)

Hamburguesa

Abres la boca,
disfrutas del momento
sin pensar mucho.

(Sonia y Marta) 

Ordenador

Piano cuadrado
de muy larga memoria;
marino eres.

(Javier Martín, Ricardo García, David Catalán, Víctor Docón).

 (Adivinanzas en forma de haiku escritas por mis alumnos de Literatura Infantil y Juvenil del Grado de Maestro en Educación Primaria de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas (Teruel) de la Universidad de Zaragoza).

domingo, 6 de abril de 2014

El clásico de la semana es...

Este magnífico poema de José Hierro, con el que se demuestra que poesía y alegría sí riman.


Hay que salir al aire,
¡deprisa!
Tocando nuestras flautas,
alzando nuestros soles,
quemando la alegría.
Hay que irradiar el día,
apresurar el paso,
¡deprisa!
Antes que se nos eche
la noche encima.
Hay que salir al aire,
desatar la alegría,
llenar el universo con nuestras vidas,
decir nuestra palabra
porque tenemos prisa.
Y hay muchas cosas nuestras
que acaso no se digan.
Hay que invadir el día,
tocando nuestras flautas,
alzando nuestros soles,
quemando la alegría. 

jueves, 3 de abril de 2014

La poesía infantil, en el “El País”


 Con motivo del día de la LIJ, El País publicó ayer un artículo de Javier Salvatierra titulado “El momento de la poesía para niños”, en el que se citan testimonios y opiniones de diversas personas ligadas a la poesía infantil (Mar Benegas, Jesús Munárriz, Xosé Ballesteros) para trazar un retrato aproximado del género en España. Las conclusiones principales del artículo son dos: por un lado, que la poesía sigue siendo un género minoritario comparado con el auge de otras manifestaciones de la LIJ; y, por otro, que el auge del álbum ha beneficiado a la poesía infantil, hasta el punto de que casi se puede hablar de un nuevo subgénero: el álbum-poema o álbum-poemario. Y, a pesar de ser un artículo de divulgación y dirigido a un público amplio, la visión que proporciona del género es bastante ajustada.

Se puede leer aquí.

miércoles, 2 de abril de 2014

FeLIJcidades

Feliz día de la literatura infantil y juvenil a todos (y gracias a Merche por la foto).

martes, 1 de abril de 2014

Convocado el VII Premio Internacional "Ciudad de Orihuela" de poesía para niños


BASES COMPLETAS DEL CERTAMEN

La concejalía de Educación del Ayuntamiento de Orihuela, en colaboración con el sello editorial Faktoría K de Libros, convoca el VII Premio Internacional de Poesía para niños «Ciudad de Orihuela» de acuerdo a las siguientes bases:

1. Podrá optar al VII Premio de Poesía para niños «Ciudad de Orihuela» cualquier persona mayor de edad con un libro inédito, en castellano, no premiado anteriormente en ningún otro certamen, y dedicado a poesía infantil. Quedan excluidos los ganadores de las anteriores ediciones y los empleados del sello editorial Faktoría K.

2. Las obras se presentarán por quintuplicado, mecanografiadas a doble espacio, y escritas por una sola cara. Tendrán un mínimo de 300 versos y un máximo de 500.

3. En las obras presentadas no podrá aparecer en ningún caso el nombre del autor o autora; en su lugar deberá figurar un lema o seudónimo. Los datos personales de los participantes se adjuntarán en un sobre cerrado, en cuyo exterior se anotará el título de la obra y el lema o seudónimo; en su interior constarán el nombre completo, dirección, teléfono de contacto, correo electrónico y se incluirá el número del DNI o pasaporte, así como una breve reseña biográfica.

4. Las obras serán enviadas o entregadas en el Registro General del Excelentísimo Ayuntamiento de Orihuela, C/Marqués de Arneva nº 1, 03300 Orihuela, especificando en el sobre Para el IV Premio de Poesía para niños «Ciudad de Orihuela». En los envíos que se entreguen a través de agencias de transportes, no podrá figurar el nombre del autor o autora.

5. El plazo de presentación de originales se inicia con la publicación de estas bases, el 21 de marzo de 2014, y finaliza el 19 de septiembre de 2014, a las 12:00 horas. El fallo del jurado se hará público el 30 de octubre de 2014, coincidiendo con el aniversario del nacimiento de Miguel Hernández.

6. El jurado del premio estará compuesto por personas de reconocido prestigio en el área de la literatura para niños. Actuará de secretario o secretaria una persona que designen las entidades organizadoras. El premio podrá declararse desierto y el fallo del jurado será inapelable.

7. Se establece un único premio, dotado de 5.000 euros en concepto de adelanto por los derechos de autor. La obra premiada se publicará por la editorial Faktoría K en torno al 21 de marzo de 2015, Día de la Poesía y, a tal efecto, se firmarán los correspondientes contratos de edición. Asimismo, la editora tendrá prioridad en la publicación de aquellos originales que hayan recibido mención especial del jurado. Este derecho tendrá vigencia durante un año, pasado el cual, los autores podrán disponer libremente de sus obras.

8. Los originales que no sean premiados no se devolverán a sus autores y se destruirán una vez comunicado el fallo del jurado.

9. Si en estas bases quedase alguna cuestión sin precisar, le corresponderá al jurado establecerla y, si no fuera así, a los organizadores del certamen. La participación en este premio implica el conocimiento y la aceptación íntegra de las presentes bases.

 Más información, aquí